Ahir dissabte, el meu cosí gran van penjar a facebook la foto de sa germana (la meva cosina petita), morta ara fa 11 anys. A la fotografia se la veu una noia ben maca i plena de vida... :(
Lídia Isern Guilera, descansa en pau, convertida avui en estrella del firmament o potser àngel del cel.
domingo, 14 de julio de 2019
jueves, 25 de abril de 2019
Hoy rescato esta reflexión que escribí hace ya algún tiempo y que me ha parecido interesante de releer:
En
octubre de 2012, un miembro de nuestra familia, un curioso personaje al que llamaré
XY, me regaló un pequeño calendario del 2013 convencido de que no lo iba a
necesitar, ya que esperaba con indisimulada satisfacción el cumplimiento de una
malinterpretada profecía maya (sí, ya sé lo que estáis pensando, me quedaré
solo en el plano de la anécdota). Al susodicho XY parecía no importarle que los
demás no compartiéramos su insolente deseo de aniquilación, y yo, por más que
atendía a sus argumentos, no veía nada claras sus teorías apocalípticas. Como
sabemos, en diciembre, el mundo siguió su curso y se mantuvo en pie,
defraudando con toda seguridad las expectativas creadas en aquellos que
deseaban morir en un cataclismo universal de corte hollywoodiense, a poder ser.
Desde entonces no hemos vuelto a saber nada de XY. Es verdad que tampoco le
hemos telefoneado, porque estoy convencido de que, cualquier día, reaparecerá con
desempolvadas teorías de poco o nulo rigor científico. Y, quizá, una de las que
mayor incredulidad me ha producido últimamente es la que asegura que “el homo sapiens
es el producto de los dioses. En algún momento –prosigue-- de hace 300.000
años, los ‘nefilim’ (sic) cogieron a
un hombre-simio (homo erectus) de los que corrían por el planeta y le
implantaron su propia imagen y semejanza…”. No voy a opinar para no herir sensibilidades,
pero mi silencio es ya una opinión. ¡Con lo saludable que es para el espíritu
leer y releer “Las metamorfosis” de Ovidio
y disfrutar un rato de lo que nos ofrece la siempre inquietante mitología
grecolatina...! Ciertamente, falsos profetas ha habido a centenares en la
historia de la humanidad, algunos con más fortuna que otros según el trasfondo
de lo que predicaban, anunciaban o, incluso, denunciaban.
En
otro orden de cosas, esta semana, en concreto el lunes, se cumplieron 212 años
de la muerte del gran e irrepetible poeta alemán Novalis (nacido Friedrich von Hardenberg). La pasión con la que
vivió, amó, creó y murió me hará estremecer hasta el fin de mis días. Su visión
apasionada de la existencia es la que yo siempre he tratado de revivir en mi
manera de escribir o de sentir la poesía. El alma que se sabe apasionada es
capaz de viajar por el espacio-tiempo (recorrer incluso el espacio virtual si
es necesario) para posarse en el pecho de otra, y reconocerse por el
sentimiento. Suena esto, lo sé, a teorías de Platón…, ¿y bien? Ese estado extático, de intensa relación
espiritual, es creatividad en estado puro, fusión en estado pleno…, es en
definitiva Eros imponiéndose a Cronos por una vez. Y al hilo de esto,
hace unos días, y en esta línea romántica, una chica le decía a su chico: “Llévame dentro de ti”…, y yo pregunto
tras escucharlo: ¿hay declaración más hermosa que ésta?
jueves, 4 de abril de 2019
Hoy recupero una reflexión que escribí hace un tiempo, cuyo contenido siempre será controvertido.
¿Existe el alma?
Tengo en mis manos
un libro titulado Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente, de Abada Editores,
una joya para los estudiosos serios del tema, ya que se trata de un volumen que
reúne una serie de trabajos específicos realizados por reconocidos
especialistas dedicados a diferentes religiones.
Aparte de los interesantísimos artículos que se publican,
y para que los lectores puedan acceder a las fuentes en traducción castellana,
se recogen en una antología final los textos más relevantes tratados en cada
capítulo. El libro analiza, así, la doctrina de la transmigración de las almas en el hinduismo, el jainismo, el
budismo indio, los pueblos tracios, los círculos órficos y pitagóricos, Empédocles,
Platón, Plutarco, el neoplatonismo, Roma, el cristianismo primitivo, el
maniqueísmo, el judaísmo, el islam, los celtas y, finalmente, los pueblos
siberianos.
Hecha esta reseña bibliográfica --y mi recomendación--, considero
que para poder iniciar un debate sobre la transmigración del alma habría que
preguntarse, primero, por la existencia de ésta y, segundo, por su
inmortalidad. Si damos respuesta afirmativa a estos dos cuestiones
introductorias, se me ocurre plantear, entonces, si es posible que se dé una
transmigración “infinita” o en algún momento ésta se detiene al verse
“liberada” (el alma) del yugo material, como apuntan algunas creencias índicas.
O también qué papel juegan en este, digamos, “proceso” el concepto tan
judeocristiano de la resurrección, que poco o nada tiene que ver con la
inmortalidad del alma (y aquí se podría iniciar otro debate sobre hasta qué
punto se ha confundido en el cristianismo el concepto griego de “inmortalidad” con el judaico de “resurrección”, hasta el extremo de que
hoy por hoy caben ambos dentro del mismo saco). Debates aparte, desde que tengo
uso de razón, siempre me he sentido atraído por el misterio del alma y en
tratar de obtener alguna prueba racional y fehaciente (no son términos
excluyentes) de su existencia. De niño, ya leía la Biblia por pura curiosidad
y, durante la adolescencia, me adentré por cuenta y riesgo en la búsqueda de
pruebas “paranormales” de esa existencia y ensayé con la ouija, las cartas zener,
la radiestesia, la fotografía Kirlian y el hipnotismo. Recuerdo que mi mayor
“éxito” fue hipnotizar, en una ocasión, a un amigo mediante la técnica de la
levitación de la mano. Cuando me di cuenta, alborozado, de que lo había
conseguido, lo primero que le pedí a la supuesta alma de mi amigo es que
“atravesara” la pared de la habitación y, en el salón, “mirara” la hora y “regresara”
para decírmela… Durante media hora creí que al fin había logrado establecer
contacto con un alma…, inocente de mí. Pero, al cumplir diecisiete años, y tras
una clase sobre Platón en el
instituto, creí haber dado con el alma pero, como aseguraba el filósofo griego,
ésta estaba condenada a ocupar un cuerpo al que debía dominar, en este caso, el
mío. La justicia platónica consistía precisamente en el control que el alma racional debía ejercer sobre las
otras dos, la irascible y la concupiscible (de golpe, me habían salido ¡tres
almas!). Durante varios meses estuve embebido de todo aquello y debo decir que me
fue bien para sacar buenas notas a final de trimestre. Aquello se desvaneció cuando
empecé a salir con una compañera de clase…, y el alma racional perdió, por
fortuna, el mando. Tras esto, vendrían varias etapas más de búsqueda: la católica,
la judía y la agnóstica, con diversa suerte. Hoy día, más aristotélico que
platónico, y tras leer una entrevista al profesor y periodista Pepe Rodríguez, las columnas de mi
templo interior se tambalean y, como Sansón (también sin cabellera), no tendré
fuerzas para impedir el derrumbe. Quizá prefiero que así sea.
sábado, 30 de marzo de 2019
Recupero hoy esta reflexión que escribí hace tres años, por desgracia tan actual aún:
Leía hace unos días la noticia de un abuso
sexual de un padre a su hija de 12 años, en una localidad española, y cómo,
gracias a la denuncia de la madre, que lo descubrió, se ha podido detener al
agresor…, pero no siempre es así.
Esa noticia me ha llevado a recordar un caso que, hace
unos años, me impactó por su cercanía y porque llegué a conocer de vista a la
familia del desdichado niño (unos vecinos del barrio). Se supo que el padre
había abusado reiteradamente de él por la carta que el chaval había dejado en
el interior de su taquilla, durante el servicio militar. Fue el caso de un
joven, a finales de los años 80, que se disparó en la boca estando de guardia
en su correspondiente garita. Una vez descubierta la carta en la que detallaba
las vejaciones que había soportado del padre, éste fue inmediatamente detenido.
Recuerdo también que, al poco tiempo, se organizaron unas pioneras jornadas, en
una famosa institución social de Barcelona, en las que participaron víctimas de
abusos sexuales y de violencia de género, psicólogos, psiquiatras, educadores
sociales y algún que otro abogado. Era el año 1989 y hablar de violencia
doméstica, abusos sexuales, violaciones y maltrato físico y psicológico e,
incluso, maltrato animal todavía no era frecuente. En España intentábamos salir
de una oscura y prolongada tradición de machismo y de exaltación de los valores
“masculinos” que había dejado su impronta no sólo en la personalidad de muchos
hombres sino también de otras tantas mujeres. ¿Quién de mi generación (nací en
1965) no se ha encontrado en familia con alguna desagradable situación de
declarado machismo? No se trata solo de violencia sino de comportamientos
adquiridos y asumidos por los mismos miembros de la familia hasta el punto de considerarlos
“normales”. ¿Quién de mi generación no
ha escuchado alguna vez aquello de “ya sabes cómo es tu padre, no hay quien le
haga entrar en razón” o, también, “ya no hay quien me cambie a mí, a mi edad”?
Frases cotidianas que, en muchos casos, escondían verdaderos dramas. Si bien en
la actualidad, en nuestra sociedad, esto ya ha empezado a cambiar y se trabaja
en políticas de igualdad de derechos, aún es probable, como escribe la
profesora Àngels Carabí, que “el varón contemple el proceso hacia la igualdad
como una pérdida de poder-control y, por ello, de virilidad (…). Ante esto, y
en el ámbito doméstico, el empleo de la fuerza bruta todavía persiste y no nos
interesa tanto cómo los varones utilizan la violencia cuanto examinar por qué
necesitan seguir ejerciéndola hoy en día para seguir teniendo el
poder-control”. Éste es el quid: ¿por
qué sigue obsesionado, el varón, en querer ser el “rey de la casa”? A cambio de “amor y protección” en muchas
familias se cometen barbaridades que nunca llegaremos a conocer.
En conclusión, muchos de los que crecimos en determinadas
situaciones familiares arrastramos secuelas emocionales que, a menudo, nos
impiden dar lo mejor de nosotros mismos. La tendencia a la depresión y a la
ansiedad; la baja autoestima; los trastornos de personalidad; la desconfianza y
el miedo de los demás e, incluso, la dificultad para expresar o recibir
sentimientos de ternura e intimidad son secuelas con las que hemos aprendido a
convivir, a veces sin que se noten apenas. Así de claro y así de duro. En una ocasión, una psicóloga me dijo que un
dolor que no ha sido manifestado permanece dentro de nosotros, impidiendo que
vivamos con plenitud. Y me pregunto: ¿A cuántos de nosotros nos sangran aún
heridas del pasado, ésas que nos impiden hoy ser felices y, peor aun, hacer
felices a los demás?
miércoles, 27 de marzo de 2019
Reescribo ligeramente este artículo que publiqué hace un tiempo:
LA PRIMAVERA
En
marzo, pero sobre todo en abril y mayo, la primavera despliega su policromía y
su abanico característico de fragancias y sabores. Apetece ahora más que nunca
salir a pasear por la montaña o por la playa (o por ambas a la vez si es
posible). Yo, que soy de atardeceres, me acerco a menudo, estos días, a la
playa para recorrer con la mirada, curiosa, la línea imposible del horizonte.
Pero me he dado entera cuenta de que la primavera ha llegado cuando, de pronto,
he escuchado, una mañana, el chillido característico de las golondrinas, los aviones
comunes y los vencejos. Escuchar estas aves me produce una hermosa sensación,
algo así como una mezcla de pasión y serenidad. Tengo que decir que lo que más
eché en falta durante los dos años que estuve viviendo en el norte de China no
fueron ni el mar ni la familia ni la comida ni las siempre añoradas amistades
sino el sonido de estos pájaros que allí, en China, me parecían “mudos”… Pienso
que la imagen que mejor me define es la siguiente: un cielo azul, unos
fragantes pinos, unas golondrinas y el mar Mediterráneo de fondo…, sí, sin
lugar a dudas estas son mis más queridas señas de identidad. Y, a pesar de
ello, siempre he logrado adaptarme a lugares muy alejados de estas señas sin
apenas deprimirme. Esa suerte de confianza interior es la que me acompaña
siempre al viajar. Y sobre mis veneradas golondrinas, leo en el clásico de 1890
de sir J. G. Frazer que los batakos
de Sumatra tenían una ceremonia que denominaban “echar a volar una maldición”.
Así, cuando una mujer era estéril se ofrecía a los dioses un sacrificio de tres
saltamontes que representaban una cabra, un búfalo y un caballo. A
continuación, se ponía en libertad una golondrina para que la maldición cayera
sobre el ave y volara con ella. Relata Frazer también que en la antigüedad las
mujeres griegas que cogían una golondrina dentro de casa le derramaban aceite
sobre sus alas y la soltaban para que volase con el propósito evidente de
alejar la mala suerte de la familia. Finalmente, los huzules de los Cárpatos
imaginaban que podían transferir las pecas a la primera golondrina que vieran
en primavera, lavándose la cara en una corriente de agua y diciendo:
“Golondrina, golondrina, toma mis pecas y dame sonrosadas mejillas”. Curioso.
Tras
estos apuntes antropológicos, vuelvo a la primavera y a mi mitología más
cercana, la grecolatina, para sentir, por campos floridos y sembrados, la desbordante alegría de Deméter, la diosa
de la tierra cultivada, por estar junto a su hija Perséfone…, un mito que siempre
recuerdo con sumo gusto y que me lleva a imaginar, a través de la fantasía, que
soy uno de los iniciados en los misterios de Eleusis. ¡Qué poco cuesta
fantasear, y qué necesario es a menudo poder hacerlo! En esos vuelos de la
imaginación podemos llegar a sentirnos verdaderamente libres. El famoso dramaturgo y escritor Eugène Ionesco afirmó una vez: “La
libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es creación y
osadía”.
lunes, 25 de marzo de 2019
Esta es una reflexión que escribí hace algún tiempo y que sigue siendo bastante válida a día de hoy:
Corea del Norte se mueve
Cuenta la
leyenda que Tangun, el primer rey coreano, era nieto del dios del Cielo. Su
reinado se inicia en el año 2333
a.C. y establece la capital de su reino en
Pyongyang (actual capital de Corea del Norte). Tangun gobernó durante más de un
milenio y al final de su reinado se transformó en el dios de la montaña.
Si alguna vez tienen la oportunidad de viajar a Corea, no ha de
extrañarles, pues, la veneración que los coreanos sienten por sus montes y
montañas (que ocupan casi el 70% del territorio): los fines de semana se llenan
de excursionistas y montañeros, bien pertrechados, que suben con sorprendrente
agilidad a las cimas y, una vez allí, se desfogan chillando, eliminando así no
sólo los “malos espíritus” sino también el estrés acumulado durante la semana,
que no es poco, especialmente en las capitales. Recuerdo que, a poco de
instalarme en Seúl, la profesora María Kim, de la Universidad Nacional,
me dijo que en Corea debía aprenderme sólo dos palabras: “Bal·li, Bal·li””, que
significan “Deprisa, deprisa”.
Los surcoreanos celebran cada año el Día de la Constitución, que
recuerda la promulgación de su primera Constitución el 17 de julio de 1948,
tres años después del final de la 2ª Guerra Mundial y dos antes de que
estallara la cruenta y devastadora Guerra de Corea, en 1950. En 2012, coincidiendo con la efeméride constitucionalista del sur, Corea
del Norte anunció el nombre del nuevo vicemariscal de su Ejército Popular,
en una acción de evidente reestructuración de la poderosa cúpula militar que el
flamante, joven y enigmático líder del país, Kim Jong-un, promovió sin duda
para rodearse de fieles vasallos en pos de una popularidad completa. Quizá por eso, y en un nuevo intento de reforzar el culto a su personalidad y
justificar la sucesión hereditaria, los medios de comunicación norcoreanos estuvieron machando a la población con un nuevo himno dedicado al joven Kim, una
canción titulada “Adelante hacia la victoria final”... Lo que podemos (y
queremos) sospechar es que en el país más aislado del mundo algo se está
moviendo y no necesariamente hacia el camino de la habitual provocación militar
a la que tanto nos tenían acostumbrados Kim Il-sung y Kim Jong-il, abuelo y
padre respectivamente del “Brillante Camarada” Kim. Los tiempos cambian para
todos, y el nuevo líder (y, por supuesto, mariscal) de Corea del Norte, que ha
vivido en Suiza durante 9 años, sabe que para que pueda “triunfar” algún día el
pensamiento juche (o de
autosuficiencia) que implantó su abuelo como divisa de su revolución, hay que
darle de comer primero al pueblo. Aunque eso del juche me temo que no tiene ya mucho más recorrido en este siglo XXI.
Esperemos que el espíritu de Tangun salga de su prolongado
letargo en el monte sagrado Paektu, recobre
sus fuerzas originales y ponga al fin un poco de paz y orden en la hermosa península
coreana, “tierra de la calma matutina”.
domingo, 24 de marzo de 2019
Esta es otra carta que publiqué hace ya algún tiempo y en la que trato de darle un poco más de visibilidad al kikuyu:
El artículo “Memorias de África”,
de Núria Iceta (El Periódico
16/02/2018) me ha sorprendido muy gratamente ya que en él se nos habla del
escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o y de En
la Casa del Intérprete, la segunda parte de sus memorias. Ya en 2017, Thiong’o
dio una conferencia en Barcelona, concretamente el CCCB, que giró alrededor de
la defensa de las lenguas africanas, de su dignidad, del daño profundo que el
colonialismo había causado (y aún causa) en las naciones africanas al tratar de
imponer en estas un monolingüismo dominante y dominador (obviamente, el
ejercido por una lengua europea). De esta delicada cuestión trata otro de sus
libros, el ensayo Descolonitzar la ment,
que casualmente estoy leyendo en estos momentos. Thiong’o, que escribe en
kikuyu, su lengua materna, es un firme defensor de la diversidad lingüística y
de la autenticidad que esta otorga al mensaje propio de una nación o pueblo, al
expresarse sus integrantes, de manera natural, en la lengua que los define y
singulariza. Thiong’o ha escrito parte de su obra en inglés, pero tras ser
encarcelado por escribir en kikuyu y, posteriormente, forzado a exiliarse, ha optado
por escribir en su lengua materna como instrumento para recuperar su dignidad y
la de su pueblo, y no ceder, como apunta en el título de su ensayo, a la
colonización lingüística de su mente y, por tanto, de su ser individual, algo que
lo convertiría en un neoesclavo del neocolonialismo o, simplemente, del
colonialismo que jamás se ha ido del todo del continente africano. En fin, soy
consciente de que la literatura africana es una gran desconocida en España, por
eso siempre son muy bien recibidos artículos como los de Núria Iceta, que,
además, invitan al lector a seguir indagando en el tema que acaban de
presentar.
sábado, 23 de marzo de 2019
Reprenc el blog amb aquesta carta que vaig publicar fa un temps, i que parla de la meva encara estimada península coreana:
El locutor nord-coreà comentava
que Kim jong-il "era el pare del vent que bufa ara a Pyongyang, i l’hem
perdut". El poble coreà és així: li encanten les llegendes, i més si
l’enalteixen. El mite de l'origen del poble coreà explica que el Príncep
Hwanung, Fill del Cel, va davallar al Mont Taebaeksan, acompanyat de tres mil
servents. En aquell temps, hi havia un ós i un tigre que desitjaven
convertir-se en humans. El Príncep els va dir que si romanien cent dies a
l'interior d'una cova fosca menjant alls i altimira, el seu desig es faria
realitat. L'ós va passar la prova i es va convertir en una jove ben maca, però
el tigre va fracassar. La jove-ós es va casar amb Hwanung i van tenir un fill,
en Tang-un, qui posteriorment va fundar el Regne Ko-Choson (que literalment
significa “Regne de la Terra
de la Calma Matutina”,
que és com es coneix i defineix Corea) a Pyongyang l’any 2.333 a. de C. Segons
aquesta llegenda, Tang-un és el mític progenitor del poble coreà i, a Corea del
Sud, el dia 3 d'octubre se celebra el Gaecheonjeol o “Dia de la (mítica) Fundació
Nacional”.
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