miércoles, 27 de marzo de 2019



Reescribo ligeramente este artículo que publiqué hace un tiempo:

LA PRIMAVERA

En marzo, pero sobre todo en abril y mayo, la primavera despliega su policromía y su abanico característico de fragancias y sabores. Apetece ahora más que nunca salir a pasear por la montaña o por la playa (o por ambas a la vez si es posible). Yo, que soy de atardeceres, me acerco a menudo, estos días, a la playa para recorrer con la mirada, curiosa, la línea imposible del horizonte. Pero me he dado entera cuenta de que la primavera ha llegado cuando, de pronto, he escuchado, una mañana, el chillido característico de las golondrinas, los aviones comunes y los vencejos. Escuchar estas aves me produce una hermosa sensación, algo así como una mezcla de pasión y serenidad. Tengo que decir que lo que más eché en falta durante los dos años que estuve viviendo en el norte de China no fueron ni el mar ni la familia ni la comida ni las siempre añoradas amistades sino el sonido de estos pájaros que allí, en China, me parecían “mudos”… Pienso que la imagen que mejor me define es la siguiente: un cielo azul, unos fragantes pinos, unas golondrinas y el mar Mediterráneo de fondo…, sí, sin lugar a dudas estas son mis más queridas señas de identidad. Y, a pesar de ello, siempre he logrado adaptarme a lugares muy alejados de estas señas sin apenas deprimirme. Esa suerte de confianza interior es la que me acompaña siempre al viajar. Y sobre mis veneradas golondrinas, leo en el clásico de 1890 de sir J. G. Frazer que los batakos de Sumatra tenían una ceremonia que denominaban “echar a volar una maldición”. Así, cuando una mujer era estéril se ofrecía a los dioses un sacrificio de tres saltamontes que representaban una cabra, un búfalo y un caballo. A continuación, se ponía en libertad una golondrina para que la maldición cayera sobre el ave y volara con ella. Relata Frazer también que en la antigüedad las mujeres griegas que cogían una golondrina dentro de casa le derramaban aceite sobre sus alas y la soltaban para que volase con el propósito evidente de alejar la mala suerte de la familia. Finalmente, los huzules de los Cárpatos imaginaban que podían transferir las pecas a la primera golondrina que vieran en primavera, lavándose la cara en una corriente de agua y diciendo: “Golondrina, golondrina, toma mis pecas y dame sonrosadas mejillas”. Curioso.

Tras estos apuntes antropológicos, vuelvo a la primavera y a mi mitología más cercana, la grecolatina, para sentir, por campos floridos y sembrados,  la desbordante alegría de Deméter, la diosa de la tierra cultivada, por estar junto a su hija Perséfone…, un mito que siempre recuerdo con sumo gusto y que me lleva a imaginar, a través de la fantasía, que soy uno de los iniciados en los misterios de Eleusis. ¡Qué poco cuesta fantasear, y qué necesario es a menudo poder hacerlo! En esos vuelos de la imaginación podemos llegar a sentirnos verdaderamente libres.  El famoso dramaturgo y escritor Eugène Ionesco afirmó una vez: “La libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es creación y osadía”. 


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