Muchas de las horas de este fin de semana me las he pasado leyendo y dormitando, atacado de una difícilmente controlable sensación de dolce far niente. Largos minutos de melancolía se han apoderado de mí, acrecentados por una lluvia intermitente y la seguida audición de obras de Donizetti (Poliuto) y Puccini (Turandot).
Estas últimas semanas el azar ha hecho que me encontrara con dos personas de mi pasado. La primera es Anabel (he olvidado su apellido), una chica del grupo de teatro del barrio, en los años de la adolescencia. La última vez que la traté tenía yo 17 años..., y hoy tengo ¡42! Me topé con ella en "Urgencias" del Hospital del Mar de Barcelona, y a primera vista no la reconocí hasta que no la vi por segunda vez. Creo que la chica debió de acordarse de mí, pero ninguno de los dos nos atrevimos a saludarnos. Debo decir que, en su día, no es que fuéramos buenos amigos, simplemente nos encontrábamos en el grupo. En el momento de reconocerla vinieron a mi mente dos chicas más: Merche Navarro y Merche Fernández, que iban con ella en aquellos días y a las que tampoco he vuelto a ver nunca más.
Este domingo, en las páginas del suplemento de economía del diario AVUI, he encontrado una entrevista a Roser Pujol Gaja (con foto incluida), una persona a la que conocí en mi época de administrativo en la consultora Price Waterhouse (hoy, Price Waterhouse Coopers). Eran los años 1991-92, yo iba a vivir momentos de cambio, especialmente en 1993, cuando me fui a Corea del Sur. Con Roser Pujol (y Anna Vidal Maragall) pasamos buenos ratos en aquella empresa, y guardo la indeleble simpatía de aquellas horas en mi interior.
Y, a todo esto, la vida prosigue inmutable su curso...
Estas últimas semanas el azar ha hecho que me encontrara con dos personas de mi pasado. La primera es Anabel (he olvidado su apellido), una chica del grupo de teatro del barrio, en los años de la adolescencia. La última vez que la traté tenía yo 17 años..., y hoy tengo ¡42! Me topé con ella en "Urgencias" del Hospital del Mar de Barcelona, y a primera vista no la reconocí hasta que no la vi por segunda vez. Creo que la chica debió de acordarse de mí, pero ninguno de los dos nos atrevimos a saludarnos. Debo decir que, en su día, no es que fuéramos buenos amigos, simplemente nos encontrábamos en el grupo. En el momento de reconocerla vinieron a mi mente dos chicas más: Merche Navarro y Merche Fernández, que iban con ella en aquellos días y a las que tampoco he vuelto a ver nunca más.
Este domingo, en las páginas del suplemento de economía del diario AVUI, he encontrado una entrevista a Roser Pujol Gaja (con foto incluida), una persona a la que conocí en mi época de administrativo en la consultora Price Waterhouse (hoy, Price Waterhouse Coopers). Eran los años 1991-92, yo iba a vivir momentos de cambio, especialmente en 1993, cuando me fui a Corea del Sur. Con Roser Pujol (y Anna Vidal Maragall) pasamos buenos ratos en aquella empresa, y guardo la indeleble simpatía de aquellas horas en mi interior.
Y, a todo esto, la vida prosigue inmutable su curso...
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