lunes, 31 de marzo de 2008

ÚLTIMO ESCRITO EN "LA VOZ"

Hola, copio mi último escrito en el períodico mensual "La Voz de Castelldefels" (http://lavoz.cat/content/view/589/33/)

Espero que os guste.


Adagio crepuscular

A la hora del crepúsculo, su momento capital, el ya no tan joven ni apuesto Dr. Kostic acostumbra a pasear con la intención malsana de reflexionar. El cambio de luz, al atardecer, siempre le ha infundido vitalidad, al menos hasta hoy. Desde hace algunas semanas no logra escapar a un estado de incurable y punzante melancolía, y ya no puede soportar más el dolor de existir. Esta tarde ha decidido recrearse, por última vez, en el inconsolable recuerdo de unos ojos negros y profundos que una vez besó hasta la extenuación. Unos ojos que, al verse abandonados, derramaron con locura lágrimas de sangre. El Dr. Kostic apenas puede contener, este atardecer, la emoción que le produce en sus manos la memoria de unos dedos que lucharon un día por retenerlo y que él, estúpidamente, dejó marchar. En el delicado cuerpo de la, en aquel tiempo, joven y radiante Adelaida habría fundado su hogar, su única nación, su himno de amor. Ojos negros, alma blanca... luna de plata arrancada de cuajo de unos labios de sal. El viento se ha calmado, y en esta hora crepuscular el Dr. Kostic, después de haber soñado todo lo que podía soñar, decide morir sumergiéndose limpia y cuidadosamente en las aguas del Rhin. El chispeante silencio de las estrellas prepara la escena. De pronto, el graznido de un cuervo irrumpe con fuerza y revienta un corazón. Lágrimas negras. La vida respira de nuevo. A lo lejos se oyen los últimos compases de un adagio famoso... Sonora ovación.

lunes, 3 de marzo de 2008

Corea, una vez más


Hoy publico mi último escrito en el periódico local mensual, La Voz de Castelldefels, en el que colaboro desde hace años con gran ilusión.

(escrit per: Moisés Stankowich
dijous, 21 febrer de 2008 )

La calma matutina del anochecer

Anochece en Castelldefels. Sigo mi camino a ninguna parte y dudo en si quiero entrar en un bar o dejarme llevar por la inercia hasta casa. No me preocupa cómo, sólo me preocupa resolver si debo o no llegar a alguna parte. Enfrascado en estos pensamientos, cae la tarde y las primeras estrellas empiezan a brillar sobre la noche incipiente. ¿Por qué no hace más frío? Con esta temperatura no puedo reflexionar, no me apetece caminar ni sentarme en la arena de la playa a ver las estrellas titilar. ¿Por qué no está haciendo frío, insisto? Siempre he sabido que no podría vivir y trabajar en países de clima tropical, quizá por eso siempre he buscado lugares en los que se sucedieran las estaciones, donde la primavera fuera un estallido de fragancias y el otoño una sinfonía de ocres y carmines. Pienso ahora en voz alta y mi pensamiento suena a invocación: quiero regresar al país de la calma matutina..., aunque lo de la calma no sea más que una leyenda. Hace semanas que revivo en mi cabeza episodios de aquellos años coreanos, años duros y felices al tiempo, años en los que descubrí la cara amarga de la realidad, la sorprendente calidez del beso de la soledad, el embrujo de la angustia, la infinita plegaria del dolor, la absoluta necesidad de no dejarse perder... Y, sin embargo, fueron años también de alegrías desbocadas, de paseos epidérmicos por desiertos de pasión, de largos abrazos en góndolas imaginarias, de caricias regaladas a la luz de un farolillo iluminando un cuenco de sopa leve de pescado, de miradas cómplices por entre los carritos ambulantes de un mercado bullicioso donde nada vale lo que vale. Un largo camino de iniciación este, que me llevó a conocer el reverso de la existencia cotidiana, el auténtico sabor agridulce de las lágrimas, el contacto de los cuerpos que ya no se desean, el neón amigo en oscuras noches del alma vacías de misticismo, la lluvia persistente del monzón martilleándome el cerebro en el húmedo y sofocante calor del verano oriental, la rebelión de unos labios... Y una noche se abrieron las ventanas de par en par --como antaño las aguas del mar de Suf-- y a ráfagas se colaron los ritmos del astro dominicano y su 4.40 en mi vida... Y ésta empezó a virar. ¡Ah!, con la soledad de la Luna aprendí al fin a reír y a llorar, a gritar y a callar, a tener y a ser… Sin darme apenas cuenta, un día regresó el amanecer porque, a pesar de nuestro dolor o nuestra felicidad, la vida sigue su curso y sólo espera saber si estamos decididos a viajar con ella. En este pensamiento mío vespertino veo claro que hace tiempo que decidí viajar. Mi parada en la tierra de la calma matutina no fue casual. Allí, entre pupitres, pizarras y tizas, iba a ser yo quien, paradójicamente, recibiera una lección...


Entro, finalmente, en un bar y me sirven una generosa cerveza. Gracias. El cascabeleo de su blanca espuma me transporta sin prisa a la orilla del mar, de cualquiera. No importa. Nunca hay que dejar de soñar...