jueves, 25 de abril de 2019



 
Hoy rescato esta reflexión que escribí hace ya algún tiempo y que me ha parecido interesante de releer:


En octubre de 2012, un miembro de nuestra familia, un curioso personaje al que llamaré XY, me regaló un pequeño calendario del 2013 convencido de que no lo iba a necesitar, ya que esperaba con indisimulada satisfacción el cumplimiento de una malinterpretada profecía maya (sí, ya sé lo que estáis pensando, me quedaré solo en el plano de la anécdota). Al susodicho XY parecía no importarle que los demás no compartiéramos su insolente deseo de aniquilación, y yo, por más que atendía a sus argumentos, no veía nada claras sus teorías apocalípticas. Como sabemos, en diciembre, el mundo siguió su curso y se mantuvo en pie, defraudando con toda seguridad las expectativas creadas en aquellos que deseaban morir en un cataclismo universal de corte hollywoodiense, a poder ser. Desde entonces no hemos vuelto a saber nada de XY. Es verdad que tampoco le hemos telefoneado, porque estoy convencido de que, cualquier día, reaparecerá con desempolvadas teorías de poco o nulo rigor científico. Y, quizá, una de las que mayor incredulidad me ha producido últimamente es la que asegura que “el homo sapiens es el producto de los dioses. En algún momento –prosigue-- de hace 300.000 años, los ‘nefilim’ (sic) cogieron a un hombre-simio (homo erectus) de los que corrían por el planeta y le implantaron su propia imagen y semejanza…”.  No voy a opinar para no herir sensibilidades, pero mi silencio es ya una opinión. ¡Con lo saludable que es para el espíritu leer y releer “Las metamorfosis” de Ovidio y disfrutar un rato de lo que nos ofrece la siempre inquietante mitología grecolatina...! Ciertamente, falsos profetas ha habido a centenares en la historia de la humanidad, algunos con más fortuna que otros según el trasfondo de lo que predicaban, anunciaban o, incluso, denunciaban.

En otro orden de cosas, esta semana, en concreto el lunes, se cumplieron 212 años de la muerte del gran e irrepetible poeta alemán Novalis (nacido Friedrich von Hardenberg). La pasión con la que vivió, amó, creó y murió me hará estremecer hasta el fin de mis días. Su visión apasionada de la existencia es la que yo siempre he tratado de revivir en mi manera de escribir o de sentir la poesía. El alma que se sabe apasionada es capaz de viajar por el espacio-tiempo (recorrer incluso el espacio virtual si es necesario) para posarse en el pecho de otra, y reconocerse por el sentimiento. Suena esto, lo sé, a teorías de Platón…, ¿y bien? Ese estado extático, de intensa relación espiritual, es creatividad en estado puro, fusión en estado pleno…, es en definitiva Eros imponiéndose a Cronos por una vez. Y al hilo de esto, hace unos días, y en esta línea romántica, una chica le decía a su chico: “Llévame dentro de ti”…, y yo pregunto tras escucharlo: ¿hay declaración más hermosa que ésta?




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